mardi 26 octobre 2010

Los muslos pálidos de Anna.

Viktor pensaba en pasarse el resto de sus doce años de angustia existencial y decadente así. Mientras Anna leía tumbada en el sofá del salón azul de la habitación de doscientosonce. Anna llevaba un vestido de flores demasiado corto. También demasiado feo, pero eso ya va en gustos. En aquellos momentos se le olvidaban los pactos de chavales que había hecho en su adolescencia. Con Daniel y eso. Sobre que no tocarás a la novia de un amigo y bla, bla, bla. Mierdas. Sólo eso. Complicaciones obvias. Siempre existen excusas que poner en situaciones como aquella. Yo, yo, yo, bebí demasiado. Fumé demasiado. Y me drogué un poquito, también. Y una cosa llevó a la otra. Unos miles de blas, blas, blas después y a otra cosa mariposa. Había cosas que Viktor nunca le había contado a nadie sobre Anna. Ni tan siquiera a sí mismo. Cosas como que, por ejemplo, estaba jodidamente enamorado de Anna desde que contaba su edad con los dedos de la mano derecha. Si es que a esa edad existe un amor que no sea otro que intercambiarse chuches en el recreo. Y levantarle la falda del pichi a las niñas. Y deshacerles las trenzas. Y esas cosas de críos. Viktor tampoco le había dicho a nadie que a veces, quizá muchas, soñaba con Anna. Quizá no de la manera más pura posible. Al fin y al cabo si conociéramos mejor a Viktor sabríamos que las palabras pureza y Viktor jamás han ido en la misma frase. Pero que soñaba con ella. Soñaba con despeinar su siempre bien peinado pelo demasiado corto. (¿Acaso Anna tenía algo que fuera largo?). Quizá el fémur derecho. O quizá fuese más largo el izquierdo. Soñaba con dibujar su sonrisa en el vaho del tren de cercanías por la mañana temprano, para que cuando ella lo cojiera a mediodía la sonrisa siguiera allí. Soñaba con comprarla el períodico por la mañana y dejarla que lo leyera mientras desayunaba. Saltándose las hojas de deporte y de economía. Soñaba con pasear en moto con ella por las calles oscuras y que sus mejillas se encendieran, rojizas, por el viento. Soñaba con regalarla constelaciones para su cumpleaños o aniversario. Soñaba con provocar caleidoscopios en sus ojos. Soñaba con comprarla una capa roja que permitiera a Anna volar sola y ser libre. Soñaba demasiado. Y no se lo decía a nadie. Pero le gustaba aquella sensación. De lo prohibido e inestable. De lo indecoroso y no ético. Del amor desde el cristal de lo imposible. De encenderse cuando veía sus muslos pálidos. Cuando se tocaba el pelo. Cuando respiraba de aquella forma tan suya. Anna.


Anna espera vuestras preguntas, amiguitos.

2 commentaires:

  1. Dile a Viktor que siga soñando con Anna, porque quizá algún día, o puede que ya mismo, ella también sueñe con él.
    Unbesodeesosenlamejilla (como los tuyos) :)

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  2. podría probar a dibujar todos esos sueños y luego enseñárselos a Anna como si nada. a ver qué pasa. a ver qué se materializa en el aire.

    pd: me gusta que digas tanto el adjetivo pálido.
    pd2: dice mi elefante que cuando te lee tiene que ponerse gafas de aumento. ¿sería posible hacer un pelín más grande la letra?


    (un juego de té.
    úsalo bien)

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A veces hay cosas que es mejor contarlas.
Sólo por si acaso.