lundi 13 septembre 2010

Cantemos canciones en iurni (como las galletas).

El duende cogió su botella de leche. La zarandeó y la dejó sobre un tronco azul partido. Éste se quejó brevemente y siguió durmiendo. La botella de leche cantaba al compás de los pasos de la niña. Ahora más débiles y silenciosos. Dentro de la casita de las ventanas azules todo seguía siendo azul. Desde las paredes hasta los cepillos de dientes. El duende se quitó el gorro (azul) y se rascó la cabeza (azul) sin ningun pelo azul a la vista. La niña sabía que el duende no era un duende. Todo el mundo lo sabía, realmente. Aquel pequeño hombrecillo barbudo no era más que un gnomo de jardín que había cobrado vida debido al desastre nuclear de aureolas brillantes del 87. Por eso seguía conservando su gorro de lana. Por eso se movía de aquella forma tan peculiar, como si tuviera las rodillas pegadas con superglú. Por eso no tenía ningún poder. Tan sólo una gran aficción por la leche de luciérnaga brillante. Y esa leche sólo podría proporcionársela aquella niña de trenzas infinitas y capa anudada al cuello pálido. Después de rascarse la cabeza sesenta y siete veces cayó en la cuenta de que la leche no era la misma que la última vez. Había bastante menos, casi no llegaba a la mitad. "Muchas luciérnagas murieron debido al calor sofocante de este verano" replicó la niña. Él duende (o gnomo) gruñó. Lo hizo como si miles de tizas hubieran empezado a chirriar sobre miles de pizarras de colegios. Un chirrido agudo y atroz. La niña se tapó los oídos con sus pequeñas manos. El ruido cesó. El duende la invitó a galletas de jenjibre y frambuesa que cantaban canciones en iurni antes de ser devoradas y a un poco (sólo un poco) de leche de luciérnagas brillantes con Cola-Cao.

Continuará.


PD: Sirope de arce y tortitas aquí. Gracias.

1 commentaire:

  1. yo una vez conocí a un duende que no sabía nada de leche con galletas, pero que preparaba los mejores pollos asados del mundo. un día me invitó a comer con él y acabé tan llena que los zapatos se me hundieron siete centímetros y medio en el suelo y me tuvieron que sacar con sacacorchos.


    (un beso que suena
    para tu niña con capa
    y trenzas)

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