El césped es una persona muy muy mala.

Cogió la botella de leche. Salió corriendo. La capa roja volaba a su paso. Los búhos la miraban y se reían. Cruzaba el césped. Sus pies se mojaban. Corría deprisa. Muy deprisa. Sentía el viento en las mejillas. El viento despeinaba su flequillo. Hacía que su piel se erizara. Corría deprisa. Las botas de lluvia se escurrían a su paso. Exclamaban canciones tristes a cada paso. Canciones de autores muertos. Como su dueña. Como ella. Cerca de la calle del Pez paró. Cogió aire. Bocanadas a montones. Se anudó la capa bien fuerte. Y siguió corriendo. Llevaba la botella de leche sujeta con la mano derecha. La leche bailaba al compás de las botas. Clap, clap. Se deslizaba por el recipiente como si estuviera viva. Y lo estaba. Todo en aquel pueblo vivía. Desde las piedras hasta las lombrices disecadas. Hasta los troncos de los árboles. Hasta el césped verde que pisoteaba ella a su paso. Se quejaba con exclamaciones, con palabras feas. Se sentía herido. Ella seguía corriendo. Cuarenta y siete segundos más tarde llegó a su destino. Calle de la Lechuga, 57. Casas de paredes blancas y ventanas azules, como en los cuentos. "Como en los cuentos" susurró ella al búho que esperaba en el árbol de la esquina. Él no la miró. Se mantenía ocupado librando una batalla con la lechuza. Minutos con los ojos abiertos en aquella noche fría. (Ganará la lechuza, por supuesto). Abrió la verja de madera. Entró al jardín. O jardicincillo. O minijardincillo. El duende del jardín la esperaba enfadado. "Doce segundos tarde" exclamó. "El césped no me dejó que corriera demasiado" se excusó ella. El duende gruñó. Susurró promesas vacías de venganza contra el césped. Ella se desató la capa y el duende la invitó a pasar.


Continuará.