jeudi 2 septembre 2010

Palabras en servilletas de papel (de bar).




Tergiversó sus palabras. Una y otra vez. Las dió la vuelta. Las estudió. Las apuntó en una servilleta de bar manchada de grasa y se las comió. Así. Trag. De tragar. Por increible que parezca. O estúpido. (Más bien lo segundo). Se las tragó para no recordarlas. Para no volverlas a escuchar jamás. Para que ningún hombre las volviera a pronunciar. Para que no se juntaran jamás las palabras no, te y quiero. Así. Todas juntitas. Nunca. Nunca revueltas. Mejor, pensemos. Quizá así. Te quiero, ¿no?. Siempre nos quedaran nuestros amigos los signos de exclamación, pensó ella. Quizá podría haberlos escrito también (y no habérmelos comido, claro). Un poco tarde. Las palabras atravesaban ahora su laringe. Caminito. A lo mejor le provocaban un problema estomacal o algo. Eran palabras malas, traviesas. Que se habían ordenado de manera diabólica para enfrentarse a ella con un plan malévolo y horripilante. Para recordarla que aquel hombre, que ahora la observaba entre una mezcla de sorpresa y cierta repugnancia, nunca la amaría. Y se lo había dicho, bien claro. Y a ella no se le había ocurrido otra cosa que comérselas. Supongo que se le ocurrió al acordarse de como su hermano mayor se comía el boletín de notas antes de entrar a casa para que su madre no las encontrara jamás. Al acordarse de como se trabaja (literalmente) las lentejas de su madre para no herir sentimientos. Realmente había alguna similitud entre las lentejas de su madre y las palabras de aquel hombre rancio: te tragabas rápidamente algo que no te gustaba, que odiabas, para que te doliera menos. Las lentejas digo. Las palabras, repito. Dicho y hecho. Ahora las lentejas estaban en su estómago. Caminito. (Ninguna molestia estomacal, por ahora). Él seguía mirándola. ¿Por qué has hecho eso? preguntó él doce minutos, 13 segundos después de que ella hubiera cometido el delito. Tus palabras no merecen más que servilletas de bar y bilis mía, repondió ella. Él se levantó y se fué, enfadado. Ella rió, luego lloró, luego volvió a reir y terminó llorando. Los transehuntes la miraban asombrados, a veces incluso, las mujeres y ancianas se paraban a darla un pañuelo (obtuvo quince céntimos, también). Ella permaneció allí hasta las tres de la mañana. El bar cerró, pero ella continuó allí sentada. En la calle. Con su silla. Las mesas de alrededor de aquella terraza de Madrid habían desaparecido, su mesa también, la silla contigua, la silla de él. Todo. Sólo quedaba ella. Sentada. Esperando. Esperando que la servilleta se desaciera en su interior. Esperando que lo hiciera pronto. Esa era su esperanza. Que el dolor desapareciera tan pronto como tardaban en desintegrarse sus palabras.

10 commentaires:

  1. Son muy bonitas las cosas que escribes (:
    tesigo.
    www.monamour-paris.blogspot.com

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  2. Me alegro haberte descubierto.
    Unos textos increibles.

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  3. Tienes un blog muy bonito y unas palabras emocionantes!!!!

    Besos!

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  4. Es la primera vez que entramos en tu blog y nos alegra mucho haberlo hecho !
    Nos encantan tus textos y las imagenes que pones,
    te seguimos, sin duda! Un beso!

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  5. Tu blog es genial:)
    te invito a que te pases por el mío cuando te apetezca y si te gusta me sigas.
    xx

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  6. Tus palabras no merecen mas que servilletas de bar y bilis mia,
    ahaha genial
    por cierto, me encantan las polaroid

    Marley

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  7. Gracias por el comentario, es lindisimo tu blog! Las fotos son tuyas?

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  8. Eres genial y las cosas que escribes me encantan.
    Un besito guapa :)

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