lundi 27 septembre 2010

Pinceles teñidos de verde y otros colores más caleidoscopiérrimos.





Y el hombre de la gabardina miró para arriba. Ella se escondió entre la cortina. Pero ésta fue traicionera y se movió por el viento del este. Y él escudriñó la ventana fácilmente. Y ella no pudo evitar moverse demasiado despacio. No puedo evitar que él la viera. Desde aquella calle que no se transitaba a veces. Quizá. En otro momento. En otra hora. En otro minuto. En otro segundo. En otra vida. Aquel pincel manchado de verde habría caído desde aquella ventana aquella mañana y nadie se habría topado con él. Nadie habría pasado por debajo de la ventana en aquel preciso instante. Nadie se habría detenido exhausto a comprobar qué objeto había golpeado su cabeza dejando una mancha verdiblanca a su paso. Ni nadie habría mirado enfurecido a la ventana perpendicular al ángulo de aquella acera buscando al culpable de aquel acto de insensibilidad humana ante un hombre que no sabe qué programa de lavadora deberá poner ahora para salvar su camisa blanca del desastre. Nada de eso habría pasado. Pero las casualidades existen. Buenas y malas. Y mejor si nos topamos con una buena. Como ella. Pero ella todavía no lo sabe. Y nadie se lo dirá hasta unos días después. Quizá aquel hombre tenía que pasar por allí en ese momento. Y ese pincel estaba preparada para caerle encima. Y el viento también estaba en el ajo. Todo premeditado. Como un guión de una película de los hermanos Coen. Pero sin muertes ni pistolas de por medio. Sólo pinceles manchados que se caen. Y cortinas que no pueden evitar moverse de los nervios. Pasaron algunos minutos. El hombre seguía mirando a la ventana. Sin detenerse. Con el pincel en la mano. Cogido por el mango (menos mal). Esperando a que ella se acercara un poco más al alféizar. Y exclamara una disculpa. O algo. Una palabra, al menos. Un lo siento, quizá. Pero él no esperó. No era de esos. Para suerte de ella.
¿Qué programa?- preguntó mirando a la ventana.
Ella se acercó un poco más a la ventana hasta que vió nítidamente al hombre. Le regaló una sonrisa dudosa, sin saber qué contestar.
Contésteme - exigió el hombre, al moverse un poco ella pudo apreciar que un mechón de su pelo estaba teñido de verde, dando al hombre, más si cabe, un aspecto peculiar.
No he entendido su pregunta - se excusó ella, nerviosa, tímida, congestionada por las emociones infravaloradas de otros momentos.
Que qué programa debo usar para limpiar mi camisa, en la lavadora, ya sabe -explicó él lentamente, como si estuviera conversando con un bebé de teta.
Ella rió. Primero bajito. Luego suave. Para terminar riendo a carcajadas. Al contacto con su cuerpo los pinceles caían de la ventana uno por uno. Rojo. Verde. Azul. Blanco. Todo caían en dirección al hombre, que lo esquivaba como podía, esperando aún una respuesta.
No me gusta salir riéndome en las fotos. No me gusta esta foto. Pero quizá es eso lo que la hace especial. Que, aún no gustándome, refleja los momentos que son tan escasos últimamente. Es ahora cuando me doy cuenta de todo lo que perdí en algún momento. Cuando me doy cuenta que me arrancaron una parte de mí, y es ahora cuando la hecho de menos. ¿Cómo recuperar esa parte de vida?. ¿Cómo volver a mi vida de antes?. A construir con cartón la muralla que me había costado 15 años y 205 días construir. Y que en un par de días cayó a tierra firme sin que pudiera hacer nada por retenerla. Dejadme. O matadme mejor. Quién sabe. Quizá estéis haciendo algo útil leyéndome. O no. Cosa vuestra es.

2 commentaires:

  1. Nada más entrar al blog y ver ese título tan 'extraño' y esa foto tan simpática, anima a leer el resto :)

    (un batido de chocolate con
    almendras para continuar alegre).

    RépondreSupprimer
  2. De lo que más me ha gustado, y no sabría decirte por qué :)

    Besitos

    http://the-thinking-cat.blogspot.com/

    RépondreSupprimer

A veces hay cosas que es mejor contarlas.
Sólo por si acaso.