vendredi 29 octobre 2010

¿Qué clase de detergente?





Se subía los calcetines hasta las rodillas. Los manchaba con la sangre seca. El algodón se teñía de un rojo suavecito. Y sus ojos se convertían en pozos infrahumanos. El dolor se atisbaba llano y perenne. Siempre allí. Siempre con ella. Se humedecía el dedo índice y se frotaba la mancha con él. Esperaba que saliera en la lavadora. ¿Qué clase de detergente se echa en estos casos?. En los que la herida del des(amor) ha avanzado tanto que ya llega por las rodillas. Y provoca grietas que sangran demasiado a menudo. Y entonces tienes que ponerte los calcetines gorditos esos de lana que tanto te gustan. Pero que ahora manchas con sangre soporífera de amores infundados y te duele. Duele demasiado profundo. ¿Qué pasará cuando el des(amor) llegue a sus piececillos?. ¿Volverá a empezar otra vez?. ¿Se acabará todo?. Quizá el cuerpo de ella sea demasiado pequeño para tanto dolor junto. Demasiada sangre rojiza que no tiene por donde salir. Demasiados recuerdos que no encuentran cabida en un metro cincuenta. Y se retuercen encontrando el camino de vuelta. Buscando a ver si pueden despedirse por los codos. O por el ombligo. Y entonces todo se vuelve más rojizo todavía y ella se asusta. ¿Dónde se irá toda la sangre que se pierde?. Se reutilizará ocupando el cuerpo de otro enamorado. Para salir próximamente por sus rodillas. Quizá él no tenga calcetines gorditos para tapar sus heridas. Quizá sangre demasiado y se muera. Ella contaba cientodieciséis tiritas en su cuerpo. Cuarenta y siete entre los dos codos. Cincuenta entre las dos rodillas. (Y no daban abasto). Algunas cuantas en el cuello, en la nariz, en las mejillas. Por el corazón ya se había cerrado la abertura. Lo peor había pasado. Al moverse las heridas sangraban más y más. Por las noches, afortunadamente, la dejaban dormir tranquila si se tomaba un vaso de leche bien fría. No protestaban. Pero por la mañana no había leche fría que valiera, y gritaban incesantes con lágrimas rojas. A menudo las abuelas que llevaban a sus nietos al colegio, entre gritos y llantos, preguntaban por sus heridas, temiendo que su gnomo de gorro azul del jardín se dedicara a hacerle cosquillas demasiado fuerte. Ella escondía los labios entre la bufanda y proponía una caída de la bicicleta oxidada, un salto del columpio del parque del que estaba demasiado alto, una alergia primaveral en Octubre o un resfriado común. Después de ésto, las mujeres de pelo cano y sonrisas hogareñas la invitaban a tomar una taza de chocolate caliente después del colegio. Pero ella nunca aceptaba por miedo de manchar la taza con el sopor rojizo de sus labios, y corría, corría incesante a por más tiritas y alcohol de 98º para curarse los recuerdos.

2 commentaires:

  1. las heridas de des-amor son muy aparatosas, sangran mucho (al principio) pero se curan, a veces tardan un poquito pero lo hacen, verás que sí.

    mua:)

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  2. ...traigo
    sangre
    de
    la
    tarde
    herida
    en
    la
    mano
    y
    una
    vela
    de
    mi
    corazón
    para
    invitarte
    y
    darte
    este
    alma
    que
    viene
    para
    compartir
    contigo
    tu
    bello
    blog
    con
    un
    ramillete
    de
    oro
    y
    claveles
    dentro...


    desde mis
    HORAS ROTAS
    Y AULA DE PAZ


    TE SIGO TU BLOG




    CON saludos de la luna al
    reflejarse en el mar de la
    poesía...


    AFECTUOSAMENTE
    BELEN

    ESPERO SEAN DE VUESTRO AGRADO EL POST POETIZADO DE ENEMIGO A LAS PUERTAS, CACHORRO, FANTASMA DE LA OPERA, BLADE RUUNER Y CHOCOLATE.

    José
    Ramón...

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