mardi 21 décembre 2010

Otto, el niño del corazón removible.

A veces los huesos se le descolocaban y tenía que pasarse la tarde entera intentando encontrar el sentido correcto. Unas veces al fémur le daban ganas de escaparse y se recorría todo su cuerpecillo hasta llegar al esternón, que aunque no lo pareciera era un chica muy coqueta, de la que estaba tremendamente enamorado y soltaba fosfato cálcito a raudales cuando la veía. No es que al pequeño Otto le importara demasiado, la verdad. Pero era un engorro tener que estar colocándose los huesos antes de salir por la mañana. Nunca le daba tiempo a tomarse el Cola-Cao agusto y eso se notaba en clase, cuando se dormía encima del pupitre verde. Muchas veces se pegaba los huesecillos con superglú o con celo de ositos, para ver si así se quedaban un tiempo más juntitos. Pero los huesos se le enfadaban, sobre todo las clavículas, que eran muy quisquillosas y se movían con más fuerza provocándole, incluso, algún que otro dolor de barriga.
A veces la madre de Otto iba al médico para que le recetara unas pastillas para el dolor de barriga porque Otto no quería confesarle lo que le pasaba realmente, no fuera a ser que se asustara, ¡no a todos los niños se les descolocaban los huesos así porque sí!. Por eso se aguantaba los dolores para no tener que tomar más pastillas de esas que sabían tan mal. Un día de otoño Otto se encontró a una niña que estaba subida en un árbol colocándose los piececillos otra vez, pues se habían movido, revoltosos, hasta acabar en sus rodillas. A Otto casi se le caen las lágrimas de la emoción, ¡una niña con los huesos removibles, como él!. Y subió al árbol corriendo, olvidándose de colocarse el corazón en su sitio.

2 commentaires:

A veces hay cosas que es mejor contarlas.
Sólo por si acaso.