jeudi 7 octobre 2010

Mandarinas de boreal entusiasmo.




Ella pensó que alguna vez él le preguntaría cómo se encontraba. Así. Simple y sencillamente. De una manera casual y casi (casi) amorosa. Primordialmente cariñosa. Pero no lo hizo. Cada mañana durante ocho años y once meses él se limitó a pelar mandarinas frente a ella. Sin mirarla. Miraba sin parpadear (casi) a las mandarinas. Como si fuera la primera vez que las veía. Como si no repitiera aquel ritual dos veces al día durante los treiscientos sesenta y cinco días (sesenta y seis si el año era bisiesto). Como si las mandarinas fueran seres boreales venidos del espacio. Oh, vamos. Sólo son pequeñas pelotas de ping-pong de color naranja. Repetía ella. Y él no la escuchaba. Seguía mirando incesante a sus mandarinas. Y luego toda la casa olía a mandarinas. Y sus manos. Sus manos también olían a mandarina. Porque él nunca había preguntado cosas lógicas o normales, sino longitudes de radio de la tierra durante su origen o cosas así. Porque había estudiado una cosa muy muy difícil que casi nadie sabía como se llamaba. Ella tampoco. Por eso pelaba mandarinas. Para luego partirlas por la mitad, degollarlas. Y calcular su diámetro, su radio y todas esas cosas feas. Ella siempre creyó que las mandarinas eran como un mundo paralelo que él se había inventado para evadirse. Que una vez que colgaba un hilo de la mandarina (con mucho pulso) pensaba que aquel objeto volador sí identificado era otro planeta. Un planeta lejano. Lleno de auroras boreales y brillos mágicos. Donde todo era posible. Donde no existían las preguntas sencillas y formales. Sólo la soledad anaranjada de un tiempo mejor. Y más bonito. Y se pasaba horas y horas mirando la mandarina moverse de un lado para otro por efecto de un viejo ventilador. Hipnotizante. Y entonces ella, después de cuatro horas de ensimismamiento lo apagaba. Y él se enfadaba. Y gruñía. Y se quejaba. Todo a la vez. Y luego se levantaba. Y ella sentía sus manos con olor a mandarina en la mejilla. Una y otra vez. Así. Durante ocho años y once meses. Oliendo mandarinas.



1 commentaire:

  1. Quiero oler a mandarinas de las que tu relatas :)

    (no tengo batido de chocolate con almendras garrapiñadas, aunque quizás te sirva una sonrisa)

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A veces hay cosas que es mejor contarlas.
Sólo por si acaso.