mardi 2 novembre 2010

De Patricia Hold a Vera Ister. (I).

Recuerdo cómo te acordabas de Pete. Como lo mirabas con los ojos en tinieblas mientras los kilómetros le escocían las mejillas. Como sus pies dejaban de tocar el suelo y se volvían invertidos. Demasiado arriesgados. Demasiado perdidos. Recuerdo el dolor del pum contra el suelo. Las sirenas y las ambulancias. Recuerdo el murmullo aterrador, las ventanas abiertas, los balcones incesantes, el rumor en el patio. A veces creo ver como las cuerdas de la ropa se mueven desde aquel día. Como las pinzas se caen sin rumbo fijo. Como lo hizo él. A veces intento cogerlas para intentar encontrar algún significado a lo que sucedió aquella tarde. Si fue tu culpa o la mía. Si fue la de los dos. Y rebusco y rebusco entre el plástico de las pinzas que antes colgaban mis vaqueros a la luz del mediodía, intentando encontrar la respuesta o su corazón colgando de ellas. Pero luego me doy cuenta de que quizás el corazón nunca voló en el vacío. Si no que lo guardó en la nevera antes de irse. Corazones así no merecen ser inmolados. Ni enterrados. Debemos aprender de ellos. Como de los errores. Trasplantárnoslos. Incrustarlos con celo. Para que no se vayan y nadie los olvide. ¿Sigues echándolo de menos?. A su corazón. Yo sí. Quizá demasiado. El bueno de Pete.

Patricia.

3 commentaires:

  1. Es genial. Cada palabra que escribes es genial.

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  2. Que busquen bien por la nevera, porque igual está en el cajón de la fruta.
    Colette a veces tiende el suyo, porque no le gusta nada nada el amor, y así se escurren todas las ganas de amar.

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A veces hay cosas que es mejor contarlas.
Sólo por si acaso.