dimanche 14 novembre 2010

(I)

La conocí cuando seguía ganándose la vida comprando soledades en aquel bar de carretera. Cuando todavía se podían contar sus amantes con los dedos de una sola mano. Cuando se llamaba Dolores Puerto y nadie en aquel lugar la conocía como tal. Todavía conservaba un brillo de juventud perenne en aquellos ojos gastados. Su pelo no había sido tratadado con el agua oxigenada de la farmacia de la ciudad. Y sus uñas estaban pintadas del color de las putas. Quizá lo hizo para que, entiéndanme a lo que me refiero, cuando se mirara las manos se diera cuenta y constancia a qué se dedicaba en sus ratos libres. Pues ya se sabe que allí, en aquel lugar, nadie osaba llamarla así. Nunca le había preguntado como había acabado en aquel lugar. Tampoco ella había tenido intención de contármelo nunca. Y joder, ustedes no saben como miraba Lola, nadie era capaz de sostenerle la vista durante más de dos minutos, te miraba con los labios apretados como si estuviera enfadada. Que lo estaba, con el mundo, quizá incluso con ella misma. Sólo había comentado en alguna ocasión, en algún escarceo nocturno, que un día había decidido abandonar su antigua vida basada en una casa con ruedas y, habiendo cogido su bolso y un paquete de cigarrillos donde guardaba los recuerdos a medio gastar, había entrado en aquel burdel viejo y grasiento para quedarse. Ya saben, Lola estaba allí por su propia voluntad, nada de trata de blancas ni esas mierdas que tanto se estilan ahora. Era el arte del oficio por querer hacerlo. De las que ya no quedan.

3 commentaires:

  1. Me ha recordado el texto a Once Minutos, de Paulo Coelho.
    Si no lo has leído te lo recomiendo (:

    RépondreSupprimer
  2. Las soledades compradas en bares de carretera, por desgracia son tan baratas, que la gente repite.

    RépondreSupprimer
  3. Todas se llaman Lola, ¿eh?


    (a mi elefante le gusta más cuando hablas
    de niñas pálidas y leche de duende)

    RépondreSupprimer

A veces hay cosas que es mejor contarlas.
Sólo por si acaso.