Cogió la botella de leche. Corría de punta a punta de la habitación sin parar. El duende de jardín le miraba los dedos de los pies, manchados. Gruñía bajito.
-Vas a mancharme la alfombra - dijo el gnomo.
Pero ella no escuchaba. Se mordía las uñas. Se hacía sangre en las puntas de los dedos. Lloraba de ansiedad. Gritaba a veces. Estaba estupefacta de alegría contenida. Sus mejillas se habían puesto rojas. Sus pecas saltaban de felicidad. Los párpados susurraban chistes. Sus clavículas dolían del estrés. Y saltaba y saltaba de un lado a otro de la diminuta habitacíon. Esperaba impaciente el momento preciso. Ojeaba por la ventana el mundo sin rechistar. Le hacía daño pensar en la suerte.
-¡Ay! - gritó la niña de las trenzas a la vez que apartaba sus pies del suelo un ratito.
Y la última botella de leche de luciérnaga brillante del otoño se le cayó al suelo.
El gnomo me ha ayudado con las fotos, que conste.
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Sólo por si acaso.