mercredi 8 décembre 2010

Cuando Pete se sentaba en la silla de mimbre.

Iba a la cocina, volvía y se sentaba en la cama. Pete estaba asustado, otro domingo más. A veces se le antojaba ponerse delante de la puerta de la habitación para que ella no pudiera pasar y tuviera que mirarle de una vez. Pero siempre se le olvidaba cuando la veía caminar dormitando entre los sueños de la noche anterior. A Pete se le escapaban gruñiditos cuando volvía a verla levantarse e ir hacia la cocina, incluso se ponía a mirar que había en la nevera para que a ella le resultara difícil coger la mermelada. Pero ella siempre alcanzaba lo que quería y Pete terminaba cediendo. Y así se pasaban los días, los domingos. Ella de la cama a la nevera. Y él gruñendo en la silla de mimbre, esperando que después de otros cinco minutos ella se cansara y no se levantara más. Nunca sucedía y todo era constante. Todas las noches Pete acababa llorando desesperado. Se hacía un bultito en la silla de mimbre y se ponía a llorar enjuagándose las lágrimas con su jersey de lana. Ella no le hacía caso. Seguía untándose las mejillas con mermelada. Aún así, de vez en cuando, alguna lágrima le emborronaba el azúcar. Y tenía que limpiársela rápidamente con la sábana de conejitos, para que él no la viera llorar. Pero a Pete no se le escapaba el detalle y siempre revisaba la sábana antes de dormir, buscando manchurrones de mermelada con olor a sal.
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¡Tengo fotos bonitas! (Aunque Pete no ha querido salir hoy)

1 commentaire:

A veces hay cosas que es mejor contarlas.
Sólo por si acaso.