dimanche 5 décembre 2010

Las cosas que hacíamos los domingos.

Tu ponías tus manos frías en mis muslos pálidos. Yo te decía que el viento corría demasiado deprisa. Y en contra. Como todas las cosas últimamente. Tú callabas, llorabas y sonreías. Todo al mismo tiempo. Tus ojos se transformaban en pozos de petróleo contaminado, peligroso para cualquiera que pasara sin protección. Y el teatro continuaba. Mi ombligo se convertía en una autopista de peaje. En una carretera secundaria. Tus manos seguían demasiado frías. Siempre quise comprarte unos guantes de lana para estos momentos. Y el polvo del espacio se posaba en tus mejillas. El mundo se desvanecía. El reloj corría demasiado, también.

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A veces hay cosas que es mejor contarlas.
Sólo por si acaso.