vendredi 7 janvier 2011

Ella era chica de paletos grandes.

Olalla tenía los ojos claros y las piernas largas. Los dientes perfectos con los paletos de arriba grandecitos, como a Viktor le gustaban. Tenía la piel clara como la arena de la playa y a veces cráteres en sus mejillas cuando sonreía. Fue la primera mujer de Viktor y la última. Fue la primera mujer a la que Viktor dejó cuando conoció a Anna y se le fue el norte (y el sur y el este), pero no la última. Lo que Viktor nunca supo es que a Olalla le inundó la pena por dentro y luego no tenía dónde dejarla cuando iba a dormir. Y se pasaba las noches enteras susurrando su nombre entre los jirones de la almohada, porque Olalla nunca había sido de grandes voces ni disgustos fáciles, mientras su gata parda venía a lamerle la nuca apoyando suavemente el hocico en las lágrimas de Olalla. Pobre Olalla, pensaba todo el mundo. Porque ella había sido una chica buena, de esas que no se meten con nadie, y de las que gustan a la gente, porque tienen así un don especial que hace que irradien amor y carisma a cada paso, a cada tintineo de caderas, de curvas, de lo que sea. Y eso tenía Olalla antes de que Viktor conociera a Anna. Antes de que él se fuera detrás de Anna dejando el barco sin amarrar al puerto, dejando a una Olalla que moriría en el primer naufragio, allí mar adentro. Y Olalla pensó que qué vería Viktor en Anna, si ella no tenía los paletos grandes.

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