mardi 5 octobre 2010

El bueno de Pete.




Y ella vió al flacucho Pete cruzando la calle. Caminaba despacio, tartamudo, impretérito. Ella miraba desde la ventana de la casa blanca con las ventanas azules. Todavía conservaba en la nevera portátil las cartas de amor que él la escribía. Las guardaba allí porque era el único sitio seguro de toda la casa donde guardar las cartas de amor. A veces pensaba firmemente en patentar una caja amorosa donde todo el mundo pudiera guardar las cartas de amor recibidas sin que nadie las viera. Con una especie de clave de números kilométricos y letras griegas. No una simple nevera portátil acolchada por dentro. Últimamente caía en la cuenta de que quizá al fin y al cabo la nevera portátil no fuera un mal sitio donde guardar las cartas de amor. Era un sitio fresco y limpio. Y en todas las etiquetas de todas las cosas leíbles y alimentarias siempre había esa advertencia. Asi que quizá tampoco estaba tan mal. Quizá después de unos cuantos años o meses el amor que desplegaban esas cartas sólamente con abrirse se congelara para siempre. Y entonces cuando ella volviera a abrir la nevera el amor la inundara de nuevo. Y se enamorara de él. De Pete. Del flacucho y feo de Pete. Porque era el único chico que le había escrito cartas de amor. Mejor dicho, era el único chico que le había escrito cartas. No simples mensajes de texto ni comentarios llenos de cursileria barata. Las cartas de Pete demostraban un amor boreal, casi perfecto. Casi, casi si no fuera porque ella no lo amaba a él. Ay, ay. Casi, casi. Faltaba el paso pluscuamperfecto del corazón de ella. El que nunca llegaba a ser. El que nunca estaba por llegar. Era como si se encontrara al borde del límite del Círculo Polar, con la línea blanca justito rozando sus pies. Pero nunca la pisaba. Cachis. Y la raya blanca la miraba insolente. Como reclamándola palabras de amor que ella no podía pronunciar sin ser verdad. Porque ella no era una mentirosa. Ella no decía mentiras. Y menos de amor. Porque esas eran mentiras de las grandes. De las feas. De las que ni siquiera deberían aparecer ni pasearse por la mente de nadie. En la calle nevaba. Y Pete se había parado en mitad de la calle observando su venta. Escuadriñándola. Para verla. Ay, Pete. El feo, flacucho y enamoradizo de Pete. ¡Como la quería!. Una pena que aquí, en este caso, no se puedan usar los viceversas. Y ella tuvo una idea. Una idea de las caleidoscópias. De las bonitas. De las maravillosas. De las que sólo se tienen una vez al mes (o quizá dos). Y bajó las escaleras casi volando, como si sus pies descalzos no tocaran el suelo. Abrió la puerta y salió a la calle. Y nevaba. Nevaba mucho. Quizá poco para ella. Y entonces abrió la nevera portátil que había cogido antes de salir. Y la abrió. Y aparecieron las cartas de amor de Pete. Llenas de corazones dibujados con color rojo. Y su perfecta caligrafía. De poeta. De Pete. En algunas partes se podían observar la plena decadencia del rotulador rojo. Los últimos corazones ya casi ni estaban rojos. Sólo eran manchurrones de tinta. Ay Pete, tendrás que comprarte otro rotulador rojo para rellenar los huecos. Y entonces la nieve empezó a llenar la nevera portátil. Mojando así las cartas de Pete. Y los corazones se emborronaron junto con las palabras de amor. Para luego, más tarde, congelarse. Y las cartas se congelaron. Y el papel se volvió duro y tieso. Y al cojer una carta el amor resbaló. Y ella lo cogió con las dos manos. Y la nieve se volvió roja y dulce. Manchada por la tinta roja. Y más bonita. Y más bonito todo. El amor. La nieve. Todo. Y el bueno de Pete (y feo y delgaducho) estaba allí. Y lo vió todo. Desde la nieve mojando las cartas hasta el corazón de ella lleno de nieve. Y observaba las escenas que se iban sucediendo. Y hablaba tartamudeando. Sin entender. Pobre. Pobre, Pete.







Recordad que espero vuestras preguntas para Pete o para la niña de las trenzas aquí:


3 commentaires:

  1. La verdad es que sí. Pobre Pete, ya se le toman cariño y todo a estos conmovedores personajes (como siempre) :)

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  2. QUé gusto visitar blogs como el tuyo!
    un beso con sabor a limón!

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  3. La foto es tuya?
    Es monísima. Y el texto, encantador.
    xxx
    martina

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