samedi 6 novembre 2010

La bañera de porcelana blanca.

Respiraba fuerte. Tenía el vaho del cristal pegado a las rodillas. El pelo goteaba incesante. Clap, clap. Sobre los azulejos de pececitos. A veces incluso sentía el palpitar de su corazón. Sólo a veces. El dolor se esparcía por la bañera. Ella se caía una y otra vez resbalando por la porcelana. A veces la estupidez la contagiaba tanto que no podía evitar llorar. Lo hacía bajito. Por si alguien le oía. Humedecía sus labios poco a poco, con el tenue sabor salado, como si pesaran toneladas. Las mejillas le escocían por la humedad palpitante. Sus dedos se habían agrietado tanto que ya ni siquiera los sentía. Llevaba once horas en aquella bañera y entre sus suspiros se le escapaba el tiempo. Ni siquiera sabía cuánto llevaba allí. Tampoco es que le importara demasiado. Se había concienciado de pasar el tiempo que fuera necesario allí hasta que el dolor desapareciera por completo. Como si el agua pudiera borrarlo todo.Hacerlo desaparecer como el mejor truco de magia. Pero no era así. Si no que la soledad le aprisionaba las paredes de su habitación rojiza, las hacía temblar y desvanecerse dolorosamente. Como si no sirviera de nada. En algún otro momento la palidez y desnudez de su cuerpo se habría podido considerar impúdica e incluso erótica. Tal vez algo íntima. Pero en aquel momento, con el cuerpo entumecido por el agua fría, con la cara enrojecida y los muslos aprisionados entre la bañera blanca, no había ningún signo de persona en ella. Ni un poquito solo. Parecía un animal encarcelado. Entre los recuerdos. Entre el dolor del des(amor). Otra vez. Otra tarde más dentro de la bañera. ¿Para qué?. No sirve para nada.

3 commentaires:

A veces hay cosas que es mejor contarlas.
Sólo por si acaso.