samedi 1 janvier 2011

La fría de Anna.

A lo largo de su vida Anna abandonó a demasiados hombres. Dejó a su paso miles de vidas rotas y de corazones hechos trizas. Los olvidaba rápido, casi tanto como lo que tardaba el taxi en llegar a la puerta. Las despedidas siempre eran las mismas, la misma carta en la encimera de la cocina, ésta a veces era de madera, de porcelana o de plástico, pero las palabras no variaban nunca. Nunca decía lo siento, pero siempre se excusaba por tonterías. Luego iba lo de la maleta, el portazo en la puerta y ya, ya no volvía. Bajaba las escaleras corriendo, como si el tiempo le restara años y vida. Y luego se metía en el taxi sin mirar jamás para atrás. Todos la recordaban así. Fría. Anna. No había un adjetivo para describirla mejor que ese. Y tampoco un adjetivo mejor ocultado. Viktor me contó muchas veces que la primera vez que la vió pensó que era un pobre muchacha inocente que se había perdido en una bar de mala muerte, de los de dusosa reputación, dijo. Pero con el tiempo y con los meses se dió cuenta de que el único pérdido allí había sido él. Tantos y tantos nombres, tantos y tantos hombres pasaron sus dedos por las caderas de Anna, por sus muslos pálidos: Miguel, Daniel, Viktor, Pete... El bueno de Pete. Él también cayó en los suaves movimientos de su cuerpo, como si estuviera hipnotizado todo el tiempo. Él fue el único que pagó demasiado haber amado a Anna.

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